Los desórdenes alimenticios parecen despertarse, incluso hacerse visibles en la adolescencia, sobre todo en las chicas, no genera ninguna pregunta ni malestar en sí mismo, por el contrario, dejar de comer parece venir a un lugar de respuesta o solución en tanto algo se alivia. Uno podría decir que existe un imperativo social que asocia la belleza a la delgadez, eso es indiscutible, sin embargo, no creo que ese sea el origen. Son más complejas las coordenadas que constituyen tal desorden.
Ellas no lo dan a ver, más bien, suelen ser
expertas en ocultarlo, las amigas más cercanas son quienes pueden detectarlo en primer lugar, muchas veces no se atreven a decir nada como prueba fehaciente de amistad, el colegio también puede sospechar, en algunas ocasiones
lo aborda con la familia, en este circuito pronto la familia no queda afuera,
pero en ese mismo instante de saber surge la pregunta sobre qué hacer.
¿Quién atiende este tipo
desórdenes?, hay familias que intentan solucionarlo por ellas mismas, otras consultan con algún profesional, muchas veces emprenden un tour
de profesional en profesional, algunos más que otros se atribuyen un saber
hacer con los desórdenes alimenticios, mientras a la adolescente se la llene de
terapias, no quedará espacio en ellas para querer comer.
Pensar un desorden alimenticio como
un inconveniente de comer en exceso o dejar de comer, diría que es verlo en una dimensión muy reducida, propongo abrir algunas preguntas, por ejemplo, ¿será casualidad que
aparezcan en la adolescencia? Justamente cuando en ellas acontece un cambio tan
significativo como pasar de ser niña a ser mujer, ¿tal vez tenga que ver con
arreglárselas con la mirada del Otro?
Dejar de comer o hacerlo en exceso es una forma de avisar que algo no anda bien, en su subjetividad, si se aborda desde un punto de vista orgánico, donde únicamente se despliega sobre alimentos sanos, dietas rigurosas, horarios impuestos para consumir alimentos, heladeras resguardadas y cámaras vigilantes, se dejará de lado algo fundamental que es incluir al sujeto vulnerable que vive en ella, que pueda nombrar en singular el malestar que la habita.
Conducir una cura, orientada en el psicoanálisis lacaniano, permite ver y cernir una dimensión del objeto oral en juego, es decir, además de la boca, también hacerle un lugar a la voz.
Alejandra Quintero