Muchas veces es a través del colegio como se suele hacerse visible algún síntoma infantil o juvenil, ellos pasan muchas horas en el colegio y los docentes se vuelven mas que eso, pueden detectar desde cuestiones físicas hasta emocionales, cuando un niño es corto de vista, cuando hay problemas de lenguaje, cuando su aprendizaje no entra en el ritmo esperado para su edad, o su conducta no encaja en ciertos patrones, por nombrar algunas.
El
protocolo parece ser solicitar una evaluación integral, algunas familias encuentran
cierto norte en la búsqueda, logran dar con alguna solución que aloja y atiende su solicitud, sin embargo, la brújula parece perderse para otros que
entran en un circuito de búsqueda sin encontrar respuestas acertadas.
Me
pregunto qué destino para esas familias que emprenden un largo camino sin lograr
dar en el blanco sobre lo que acontece a su hijo o hija en el cuerpo o en las
emociones, y frente a la falta de respuestas, se coloque la solución en el organismo,
desconociendo las emociones o la angustia que habita a ese niño y posiblemente también
a sus padres, y que finalmente se haga pasar la solución por un comprimido “milagroso”.
No
estoy en contra de las medicinas, pero si del uso que suele hacerse de ellas como
única y salvadora respuesta, cuando no se ha logrado dar con la verdadera causa
del malestar. Muchos niños y jóvenes terminan medicados cuando en verdad no lo
necesitan, ¿y si el medicamento no atendiera la raíz del problema y solo su semblante?
En consulta se atienden este tipo de demandas, llegan familias después de un largo camino recorrido, intentando atender el malestar, incluso cuando ha recibido alguna solución siguen sintiendo que ella no aloja del todo el impase. Cada familia sigue su intuición porque no hay un camino preestablecido a seguir, si me permiten alguna invitación sería que se aloje el malestar o el sufrimiento singular que habita al sujeto niño o joven haciéndole lugar a su palabra, esa podría ser una brújula.